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En los años de su esplendor sin sombra alguna, el PRI había logrado construir una ciudadanía que viera como natural que un diputado fuera rico, prepotente y empistolado. Ni siquiera trataban de disimular porque les parecía que para eso era el poder y los súbditos pensaban lo mismo, acostumbrados como estaban a la desmesura, la exhibición, la pistola en el cuadril. Eso nunca ha concluido, nomás cambió de siglas: ¿O no era Martí Batres, presidente de Morena por orden del dueño único quien vendía aquella leche Bety a los pobres, que no era leche y contenía excremento?