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Patricia Santiago está sentada frente a una pequeña mesa de manteles claros hasta la que llegan las ráfagas de un sol brillante que barniza las pequeñas casas de La Cuesta, un asentamiento irregular del Estado de México. La joven cuenta los orígenes de la colonia que surgió a la par del nuevo milenio y dirige la vista al piso de cemento que recubre su casa para señalar con su dedo índice el motivo del problema que les ha impedido el progreso en esta tierra a la que se aferran y han defendido sin tregua desde que ella era una niña.