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Un par de mazorcas cuelgan de la casa de doña María Almazán, en el pueblo donde agua y refresco valen más que la leche. “El maíz ahuyenta el hambre”, dice la mujer, primera en levantarse en el establo familiar. Ya alimentó las becerras, colmó un bote de leche para venta local y ahora alista el nixtamal, porque el antojo apunta a gorditas rellenas de queso. “Le entramos todos a la chamba o tronamos”, se sincera.
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