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En la FIL de Guadalajara, Elena Poniatowska me volvió a hacer en público la pregunta que le he respondido cien veces. Me obliga, con disgusto, a la ciento uno: ¿Por qué me tardé 25 años en pedirle que corrigiera sus errores, de leves a garrafales, en su clásico que la llevó a la fama: La noche de Tlatelolco? Respondí en Nexos al mes de que, en esa revista, en octubre de 1997, enumeré las 60 correcciones que debía hacer en la siguiente reimpresión de su libro. Repito: “Porque fue necesario, Elena, que te me derrumbaras”.
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