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Cuando Tania volvió en sí, su cuello estaba atrapado entre las puertas del metro, con la cabeza asomando entre los escombros y el olor de la sangre invadiéndole la nariz.
Encima de ella había cuerpos desparramados. Sus manos sintieron lo que parecían ser los tirantes de la mochila de su hermana. Al estirar, dijo, descubrió que se trataba de las vísceras de otro pasajero.
Ahora Tania pasa los días en el hospital sin poder caminar, con la pelvis hecha añicos y sujeta con un artilugio de metal. Cuatro tornillos sobresalen de cada costado de su cuerpo. Encima de su cama de hospital hay una foto de su hermana Nancy, de 22 años, una de las 26 personas que murieron en el desplome del metro aquella noche.