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“¿Cómo es posible que siga siendo tan popular?”, es la pregunta que muchos nos hemos hecho a lo largo de los primeros dos años de gobierno de Andrés Manuel López Obrador en México. En este lapso, la pandemia del coronavirus ha llenado de enfermedad, luto y dolor a cientos de miles de hogares, la violencia y el crimen han alcanzado niveles inéditos, la economía se ha desplomado y permanece en el estancamiento, las empresas de todos tamaños no solo han cerrado sino que se enfrentan a diario con nuevos obstáculos para invertir, y servicios públicos esenciales, como la salud y la educación, enfrentan una crisis marcada por el subejercicio de recursos públicos y deserción escolar a escala masiva. Pese a ello, López Obrador mantiene niveles de popularidad que desafían toda lógica. No se trata solo de lo que dicen las encuestas, que lo ubicaban en mayo de 2021 en un nivel promedio de 62% de aprobación contra 31% de desaprobación. Se trata también de la intensidad de esa aprobación, que se manifiesta en una actitud de devoción genuina por parte de millones de personas y que, sin importar edad, escolaridad o clase social, se muestran reacias a aceptar que las decisiones del presidente han resultado muy costosas en términos de vidas, salud y progreso. Con ello, empoderan más a López Obrador, quien entiende su aprobación por la mayoría como un permiso para actuar sin más límite que su voluntad.
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