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Ayer por la tarde leí incrédulo la noticia sobre la pantalla de mi teléfono móvil. Viajaba en tren de Solana Beach hacia Los Ángeles. Paradójicamente, a través de las ventanas, y en simultáneo, desfilaban innumerables puntitos de colores esparcidos sobre los inmensos campos de jitomate que se extienden por la costa del Pacífico. Los alegres vestuarios de miles de campesinos mexicanos y centroamericanos brillaban bajo el sol contrastando con la dura y extenuante labor que realizaban.
Sentí una profunda tristeza, indignación y vergüenza.