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La costa pacífica de Colombia es un paraíso para los contrabandistas. Miles de acantilados y riachuelos que desembocan en el océano forman una densa red de vías fluviales cubiertas por densos bosques de manglares donde es posible construir pequeños puertos y astilleros (o disimularlos entre los de las comunidades locales) sin que los enemigos lleguen a darse cuenta.