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En 2015, nadie ha escalado ni escalará ya el Everest, circunstancia inédita desde 1974, cuando el techo del mundo no recibió visita alguna ni en primavera ni en otoño. Imaginar la preciada cima desierta es un ejercicio que rompe con la imagen de montaña masificada que maneja incluso el público no especializado. Ciertamente, el Everest, especialmente su vertiente sur o de Nepal, la ruta original, la más sencilla, es una montaña exprimida como un limón por empresas locales y extranjeras dedicadas a recoger el dinero fresco de montañeros sin la autonomía suficiente para encarar por sí mismos el reto de su ascensión.
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