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Ni las vallas en el este de Europa, ni los muros entre Estados Unidos (EE UU) y México, ni las políticas de contención en los países de origen, en su mayoría del África subsahariana —tal y como anunciaba la Comisión Europea hace dos semanas—, ni las devoluciones desde Grecia o, incluso, el cierre temporal de varias fronteras interiores comunitarias han conseguido frenar los flujos migratorios de los 65,3 millones de personas que se sienten perseguidos en sus países y cuyas vidas corren peligro, son 5,8 millones más que en 2014.