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Cuatro meses después de visitar México y reprender al alto clero por no ser más próximo a su pueblo, abrasado por la violencia y la corrupción, el papa Francisco ha movido su más alta ficha diplomática para dar un nuevo impulso a la regeneración de la conservadora Iglesia mexicana. Ha asignado como nuncio apostólico a Franco Coppola, joven –para los parámetros temporales de la institución religiosa de Roma– y con experiencia en misiones arduas.
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