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"En aquellos tiempos, entrar allí, atravesar aquel umbral significaba toparse de bruces con el aparato más letal del Estado y con su cabeza visible: Heinrich Himmler, el segundo hombre más poderoso (y por tanto, peligroso) de toda Alemania.
Y aun así, allí estaba ella... conduciendo voluntariamente aquel coche para acompañar a su marido, Felix Kersten, hacia aquella guarida de lobos."