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En 2009, unos estudiantes de Acapulco, de entre 18 y 23 años de edad, decidieron formar una banda de secuestradores. Sus víctimas fueron otros jóvenes de entre 18 y 23 años: nada menos que sus propios compañeros de estudios. Las autoridades sostienen que el grupo realizó 39 plagios; la madre de una de las víctimas asegura que la banda asistió al velorio de su hija; los secuestradores le dieron el pésame, y lloraron sobre el ataúd. El drama de fondo del estado de Guerrero es lo que la ausencia del Estado ha hecho con la gente. El cuatro de enero de 2013, una estudiante del Instituto Tecnológico de Acapulco, Leslie Cahori Jiménez, invitó a salir a su compañero Arturo, de 18 años, porque “sabía que él estaba interesado en mí”. Dos días antes, Leslie se había puesto de acuerdo con un grupo de amigos para secuestrar a Arturo: “Sabíamos que sus papás tenían dinero”.