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"No le tengas miedo a la muerte... respétala", me dijo Gustavo al verme sorprendido. El cuerpo de una mujer que murió electrocutada se encontraba en la plancha metálica. Lo abrió a la mitad con un bisturí. La sala, blanca y quirúrgica, tenía una luz muy fuerte que atravesaba mis pupilas. Gustavo y Armando, embalsamadores de la Funeraria Grossman, en la colonia Doctores, trabajaban en la estancia.