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Tras analizar esas arrugas concluyen ahora que se deben a efectos de colisiones de cometas en 1983 (Saturno) y 1994 (Júpiter). Los resultados pueden ser útiles no sólo para conocer mejor el entorno de estos grandes cuerpos del Sistema Solar, sino también, estudiando los cambios de estos anillos, para saber con qué frecuencia se producen esos impactos y estimar la población de cometas.