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En los días malos se puede oler la pestilencia un kilómetro y medio a la redonda: se esparce a lo largo de autopistas y edificios de oficinas.
En 1900, cuando terminó la construcción del Gran Canal de Desagüe, era visto como el puente de Brooklyn de Ciudad de México, una proeza de la ingeniería y un símbolo de orgullo cívico: medía 47 kilómetros de largo, con la capacidad de mover cientos de miles de litros de aguas residuales por segundo. Prometía resolver las inundaciones y los problemas de drenaje que habían abrumado a la ciudad por siglos.
Solo que no fue así, y casi desde el inicio. El movimiento del canal estaba basado en la fuerza de gravedad. Y Ciudad de México, que se encuentra a 2240 metros por encima del nivel del mar, se estaba hundiendo.