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El mismo error una y otra vez: no aprehender en plena flagrancia a quien comete delitos ante cámaras, autoridades y espectadores. Ordenar que los policías no respondan a quienes se acercan lo suficiente para darles de palos en las piernas por debajo del escudo, les arrojan vigas a la cabeza, piedras, bombas molotov, rejas metálicas de contención, y luego, cuando ya los policías tienen la olla de presión a todo vapor, soltarlos como perros cuchiliados a detener a sus agresores. Y caen sobre quien esté a la mano con toda la furia que sus jefes los hicieron tragarse.
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