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La única certeza en el debate es que el Aeropuerto Internacional Benito Juárez es un desastre congestionado que la gente desearía poder evitar. Los aterrizajes cancelados debido a embotellamientos en la pista se dispararon 84 por ciento en los primeros cinco meses del año; los pasajeros pueden sentarse durante horas en los aviones que esperan una puerta para desembarcar.