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María de la Luz Padua sentía que no existía. En la casa donde trabajaba haciendo la limpieza tenía que ocultarse cuando llegaban visitantes, no podía descansar en días festivos, tampoco le pagaban las horas extra y con un sueldo muy bajo tenía que ocuparse, por su cuenta, de sus gastos médicos. “Tenían muchas reuniones y llegaban de visita sus familiares. La señora me decía ‘ya llegaron los invitados, vete a tu cuarto, que no te vean’”, cuenta. Padua, de 30 años, es una de las 2,4 millones de trabajadoras del hogar en México que todavía luchan porque sus derechos laborales sean reconocidos por sus patrones y la ley. Ninguna de ellas —a pesar de que representan el 5% de la población ocupada— cuenta con un sueldo fijo, seguridad social, ahorro para el retiro o vivienda.