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Joaquín Guzmán Loera está solo. Sentado junto a una mesa, estira las piernas y mira con fijeza un tablero gris metálico y negro. Es un ajedrez. El Chapo Guzmán juega al ajedrez en su celda. No se sabe si contra sí mismo o contra uno de los problemas del libro que le han prestado. Pero la partida le mantiene absorto, perdido en la atmósfera neutra del penal de Ciudad Juárez. Ahí, en ese habitáculo blindado, el mayor narcotraficante del planeta ve correr el tiempo antes de ser extraditado a Estados Unidos y que termine su reinado de terror. EL PAÍS, que pudo comprobar su situación, reconstruye su vida en prisión.