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Cuando una pandilla del barrio El Progreso, en Honduras, lo amenazó de muerte, Iván Castillo supo que la cosa iba en serio. Ya habían matado a dos de sus hermanos y, encima, él les debía dinero a los malandros. "Estaba desesperado", me dijo, un hombre de 22 años con cara de niño. No podía pagarles. Después que un miembro de la pandilla lo visitara en su trabajo, decidió huir a Estados Unidos. En septiembre de 2015 salió con su único hermano vivo rumbo a Tapachula, una ciudad en el estado de Chiapas, en el sur de México. Su madre y su padrastro los esperaban allá.