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Para todos los mexicanos que no nacimos ahí, la leyenda de Tepito[1] es algo que se nos inculca desde pequeños. Tepito llegó a mi vida como un secreto a voces. Durante mi infancia escuché hablar de Tepito como quien habla de un santuario: un lugar sagrado al que se peregrinaba en busca de artículos electrónicos baratos, pero cuyo camino estaba plagado de peligros como ladrones, estafadores, asaltantes y policías corruptos. “Los ladrones ahí son tan ágiles que te roban los calcetines sin quitarte los zapatos”, decía mi tío.