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En los conciertos corría, brincaba, retorcía su cuerpo hasta límites insospechados y todo esto mientras tocaba su instrumento al que, a pesar de quedarle solamente una cuerda, lograba arrancarle unos sonidos absolutamente fantásticos. El público, que acudía en masa a todos sus espectáculos, no daba crédito a lo que veía y escuchaba. Los hombres lo vitoreaban y aplaudían, las mujeres se desvanecían entre jadeos y todos parecían quedar extasiados ante su magistral música y su capacidad artística.