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El 12 de enero de 1976, hace ahora cuarenta años, Agatha Christie fallecía a los 85 años en su residencia de Wallingford, en el condado de Oxford. La novelista británica, que desafió en ochenta puzzles policiacos a las mentes de millones de lectores, murió pacíficamente un año después de su célebre personaje Hércules Poirot tras una «buena vida», según ella misma dejó escrito en su autobiografía. No crimen ni veneno en su muerte, pero se llevó a la tumba un misterio que mantuvo en vilo al mundo en diciembre de 1926. Aún hoy se especula qué pudo ocurrir aquellos once días en los que la entonces joven escritora con una prometedora carrera como novelista desapareció de su casa sin dar explicaciones.
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