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Ser Kim Kardashian -es decir, ser una mujer que ha alcanzado cotas inéditas de fama e influencia gracias a un reality que protagonizó solo por haberse acostado con un jugador de baloncesto en un vídeo que luego se filtró por Internet- tiene sus responsabilidades. Hay que ir a actos y fiestas por los que te pagan varios cientos de miles de dólares. Hay que mimar esas docenas de marcas que patrocinan tu fama sin que hayas, en realidad, hecho nada. Hay que pelear porque los tabloides comenten lo poco que quieres salir en los tabloides. Y también, no lo obviemos, hay que velar por la paz mundial.