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La Jornada tiene un informante en el lugar de la tragedia, anónimo por supuesto, que dice haber visto y escuchado. Según su relato, pudo llegar hasta una zona donde había “20 o 30 cadáveres desmembrados”; ahí fue testigo del hallazgo de una maleta con un artefacto color negro en su interior, con por lo menos ocho cilindros de 5 centímetros de diámetro cada uno y que “pudieron” contener algún tipo de explosivo. “¿Una bomba sin detonar y otra que detonó?”, pregunta el reportero para redondear la idea. “Efectivamente”. El informante de credenciales ignoradas llega a una conclusión: lo sucedido en el edificio B2 del complejo administrativo de Petróleos Mexicanos “fue una explosión provocada”. La especulación es elevada a la categoría de nota de ocho columnas por los editores del diario. Pero en la maleta solo hay cosméticos y ropa. Lejos de transparentar criterios editoriales y sin una política clara de rendición de cuentas frente los lectores por la difusión de información de veracidad cuestionable y obtenida de fuentes no acreditadas, el diario decide huir a su responsabilidad y publicar en su contraportada una frase reveladora: “A veces, sólo a veces, es mejor fingir demencia”.
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