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Los detectives que investigaban el asesinato de Norman Johnson, de 74 años, a la puerta de su casa en Madison (Dakota del Sur, EEUU) estaban desconcertados: ¿Qué lleva a un hombre a llamar al timbre de un ex compañero de instituto, comprobar su identidad, sacar un revólver del calibre 45 y descerrajarle dos disparos a quemarropa? Una venganza personal de lo más visceral.